Casi
inmediatamente después del descubrimiento de América, muchos años antes que
entre los europeos recién llegados comenzara a formarse la idea continental de
las nuevas tierras descubiertas, se conocían apenas algunas islas del Caribe y
unos pocos jirones de las playas continentales, en esos momentos llegaron los
primeros esclavos negros al Nuevo Mundo.
La
esclavitud era ya una institución social y económica conocida desde la
antigüedad más remota. Había evolucionado partiendo de una forma posbélica de
dominio a situaciones prémiales de dominio semieconómico, hasta llegar al
dominio absoluto de un hombre por otro en el marco precapitalista de la
sociedad de la baja Edad Media. Más que conocida, podremos decir que la
institución, en la época de los grandes descubrimientos y de la iniciación de
la expansión europea en el mundo. Es precisamente América la que da nueva forma
y sentido a esta antiquísima forma de dominio del hombre por el hombre.
A pesar de
que la antigüedad clásica la esclavitud había sido en varios momentos y lugares
una forma sustancial de producción y un medio económico efectivo, la
organización peculiar del alto medioevo pareció necesitar de esta forma de
dominio y producción. Nunca desapareció, sin embargo, la tradición legal que la
esclavitud había creado. En España encontramos en el siglo XIV, en el Código de
las Siete Partidas, esta antigua tradición esclavista legal, herencia cultural
románica, visigótica y arábiga.
Uno de los
pilares de la expansión europea en el siglo XV fue la producción de metales
preciosos y bienes exóticos basada en sistemas compulsivos de trabajo o
simplemente en esclavos. En esos momentos, las dos potencias expansionistas por
excelencia, Portugal y España, renovaban su experiencia esclavista, de tal manera
que cuando llegaron a América existía un nuevo y poderoso interés por la
esclavitud.
Las primeras
experiencias colonialistas de España y Portugal tuvieron estrecha relación con
el tráfico negrero, como que las Canarias y los Azores fueron una estación obligada
entre la península y la costa africana atlántica. Verlinden ha señalado
acertadamente la presencia de mano de obra negra en las plantaciones y
trapiches azucareros de isla Madera en el siglo XV.
La población
negra estaba construida por los esclavos capturados en las costas africanas y
por sus descendientes, que no perdieron esa condición denigrante hasta muy
avanzado el proceso independentista americano. El esclavo podía ser vendido,
comprado y utilizado por su dueño, según la voluntad de este. Es sin duda, la
más inhumana de las condicionasen que puede vivir una persona, porque supone la
pérdida de algo tan propio como la libertad.
La
introducción sistemática de mano de obra esclavizada obedeció a distintos factores:
a la alarmante disminución del número de indios, a su inadaptación para ciertos
trabajos y a la legislación protectora a favor de los indígenas
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